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LA RESPUESTA:
Las vías (que están en la Suma Teológica, parte 1, cuestión 2, artículo 3) son argumentos que parten siempre de la experiencia humana.
La reforma luterana o reforma protestante fue un movimiento religioso cristiano que inició Martín Lutero en Alemania y que culminó con el cisma de la Iglesia católica, dando origen al protestantismo. Con ella se iniciaron cambios importantes en el arte, la concepción de la historia y de la filosofía. que una de las revoluciones más importantes del siglo XVI.
La palabra utopía que fue usada por primera vez por Tomás Moro. Con ella se refiere a un lugar donde no hay propiedad privada y se vive de modo austero, sin aprecio del oro o de la plata, con ciudadanos educados todos en las humanidades y con un comportamiento virtuoso; los trabajos se comparten y distribuyen justamente, como las riquezas, y todos contribuyen a una sencilla felicidad común. En Utopía no hay persecuciones religiosas, pues prima la tolerancia, y no hay guerras más que en caso de algún conflicto justo para defender a alguna comunidad aliada
A Maquiavelo se le atribuye una postura dictatorial en la que el fin político justificaría cualquier medio inmoral o absolutista, sin embargo, lo cierto es que Maquiavelo pensó en esa autoridad fortalecida sólo como un medio para estabilizar y modernizar la política de la Italia de su época. Aunque el pensamiento “maquiavélico” pasó a la historia como sinónimo de un cierto realismo algo cínico, y ante todo instrumental y estratégico en política, este autor anticipó en buena medida la dirección que la Filosofía y el análisis político tomarían en siglos posteriores
La época medieval fue teocéntrica y sus pensadores tuvieron pocas aportaciones originales en tanto que se caracterizaron por ser principalmente comentadores. Durante el renacimiento se desplazó el interés en Dios, hacia el hombre. Por ello el Renacimiento fue antropocéntrico. En una mezcla de ideas cristianas –como la idea de dignidad humana– e influencias clásicas, los pensadores renacentistas ofrecieron una nueva visión del ser humano como microcosmos, como un ser en el que se reúnen las fuerzas de la naturaleza y la dimensión de la vida animal con las alturas de la libertad y la espiritualidad. El ser humano resume toda la creación, es un ser intermedio entre las bestias y los ángeles, y en ello reside su valor.
La idea genial de Descartes fue usar la propia estrategia de los escépticos en su contra: fue así como propuso la duda metódica. Pensó que si podía dudar de todo lo que ya dudaban los escépticos (de lo que nos han enseñado, que podría ser todo falso; de si nuestros sentidos son fiables, si no será todo el mundo más que un sueño…) e incluso exagerar aún más la duda (por eso le llama duda hiperbólica, es decir, exagerada), podría topar finalmente con algo indudable por completo. Si hallaba ese algo indudable, he ahí el principio, la piedra de toque, sobre el cual construir el sistema del conocimiento. ¿Pero qué podría ser ese algo que resiste a toda duda? Descartes creyó encontrarlo de esta manera: si dudo, es que pienso, y si pienso, luego existo (cogito, ergo sum). Esto no puede negarse. Pongamos un ejemplo, la frase “la pared es blanca” puede ser falsa (quizá soy daltónico, quizá estoy alucinando y no existe la pared…). En cambio, si “pienso que la pared es blanca”, la pared podrá no existir, pero es un hecho que pienso, pues incluso para estar equivocado hay que pensar. Ahora, si pienso, existo como una cosa que piensa. Eso, sostiene Descartes, es indudable. He ahí el principio de su propuesta y de toda la filosofía moderna.
Hobbes cree que “el hombre es el lobo del hombre”, es egoísta y conflictivo por naturaleza (por eso hace falta un Estado absolutista autoritario), en cambio Locke considera que las personas no tienen por qué estar en conflicto todo el tiempo e imagina un estado de naturaleza en el que las personas se encuentran normalmente en pez, así el Estado debe intervenir solamente cuando haya que garantizar la existencia de un árbitro imparcial.
Kant afirmará, al inicio de la Crítica de la razón pura, que “Todo conocimiento empieza con la experiencia, pero no todo conocimiento proviene de la experiencia”. Como puede verse, con la primera parte de la frase rechaza las ideas innatas, en contra de los racionalistas, pero con la segunda mitad de la frase también se distancia de los empiristas. ¿Cómo puede ser que todo conocimiento empiece con la experiencia, pero no provenga de ella? Kant explica que, en realidad, la experiencia ofrece el material del saber, pero no su forma: la forma la pone el sujeto que conoce. Esta idea es lo que él mismo denominará una “revolución copernicana”, pues así como antes de Copérnico se pensaba que el sol giraba alrededor de la Tierra, siendo al revés, antes de Kant se pensaba que el conocimiento giraba alrededor del objeto conocido; con Kant, ahora girará en torno del sujeto cognoscente. A lo que el sujeto que conoce y ha construido por sí mismos (con las condiciones de la subjetividad) se le llama “fenómeno”. En Kant, en última instancia, conocemos teóricamente las cosas sólo como fenómenos, nunca como noúmenos.
a) Obra de tal manera que la máxima de tu acción pueda convertirse en ley universal.
b) Obra de tal manera que trates a la humanidad tanto en tu persona como en la de los demás no solamente como medio sino siempre como fin.
c) Obra de modo tal que puedas considerarte legislador del reino de los fines.
Como recordarás Arthur Schopenhauer estuvo inspirado por tres grandes influencias: Platón, Kant, y los libros sagrados de la India conocidos como los Vedas, y propuso que sí podemos conocer la “cosa en sí” (a diferencia de Kant) mediante una intuición que proviene del propio cuerpo. Según Schopenhauer, tenemos la vivencia de que nuestro propio cuerpo es un “querer algo”, es decir, es voluntad. Y a partir de eso, podemos descubrir que el núcleo de todas las cosas del universo es la voluntad misma. Si en Hegel todo era razón y espíritu, en Schopenhauer todo es voluntad, todo es en el fondo el efecto de un deseo irracional que, además –a diferencia del saber absoluto hegeliano– nunca tiene fin, y por eso está siempre insatisfecho.